A Simple sí de |
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“Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí…” (Isaías 43:10).
Era un día soleado del mes de febrero y unos 70 grados de temperatura en mi nuevo vecindario de California. Me encontraba trotando detrás de mi perro Husky cuando los vi.
Una pareja de ancianos de cabellos canosos brillando al sol mañanero, bien vestidos y en el parque. La mujer me sonrió y se abrió paso ante mí, mientras su acompañante la seguía. “Buenos días,” sonreí y traté de seguir mi camino. Sabía lo que querían.
“Buenos días. ¿Cree, usted, en Dios?” La mujer tenía un folleto en la mano.
“Oh… sí…”, contesté, mientras le acomodaba la correa a mi perro y preparaba una excusa.
Unos días antes, dos hombres jóvenes me abordaron mientras podaba las rosas en el patio de mi casa y pretendí recibir una llamada de 20 minutos en mi celular, larga conversación de una sola vía. Era demasiado temprano para pasar por lo mismo, otra vez.
“La Biblia dice que pronto se terminará el sufrimiento en el mundo. ¿No es una buena noticia?” La mujer lucía genuinamente emocionada. Continuó diciendo: “Todo lo que tenemos que hacer es amar a Dios y El nos salvará. Este folleto se lo dirá todo. Que tenga un buen día”. Me entregó el folleto, le sonrió a su compañero y retomaron su camino.
Esperaba lo Peor
Me sentí un tanto avergonzada mientras realizaba el trayecto de vuelta a casa. Esperaba lo peor de esa frágil parejita, pero en vez de crítica, me ofrecieron vida.
Por otro lado, ¿qué había hecho yo últimamente por Dios? Estaba tan ocupada en acomodar mi nueva casa, buscar trabajo, limpiar mi crecido jardín y preparar comidas, que no tenía tiempo para vestirme formalmente y entregarle folletos a desconocidos en el parque.
No sé si tesfificar valientemente ante la gente sea algo que yo haga bien. Pero hay muchas otras cosas que puedo hacer. Una casa al final de la cuadra puede necesitar pintura o trabajos en su jardín. Hay un hogar para desamparados no muy lejos de donde vivo y una cocina pública varias cuadras más allá, donde sirven alimentos a los necesitados durante los fines de semana. Puedo ser tutora de niños que necesitan ayuda con el idioma Inglés, o enseñarle a leer a los adultos en la biblioteca local, o sacar a pasear a los perros de un asilo cercano.
Jesús nos manda que llevemos las buenas noticias que conocemos a todo el mundo. ¿Qué he hecho yo para que sea una realidad? ¿Qué puedo hacer? La respuesta es más simple de lo que a veces quisiera que fuera. Las acciones que hacen la gran diferencia no son siempre difíciles. Ser gentil con la cajera lenta del supermercado, darle 25 centavos a un niño para que se compre una caja de chicles, sonreírle al adolescente solitario del paradero del bus… todas estas cosas hablan por sí mismas. Cristo sabía que su tiempo en la tierra era limitado, pero nunca se excusó por ocupar unas pocas horas de su tiempo ayudando a alguien a encontrar la felicidad–– y la vida eterna. Incluso, en su hora final prestó atención al ladrón en la cruz que estaba junto a El, y le ofreció vida eterna.
Tal vez yo pueda ofrecer unos minutos de mi tiempo para compartir con los demás las buenas noticias que la parejita de ancianitos compartió conmigo ––todo lo que tenemos que hacer es amar a Dios y El nos salvará. Es así de simple.